lunes, 30 de abril de 2012

Malas compañías


Charlaba con alguien de Truman Capote. De su genialidad. De lo agotadora que puede resultar (no me ha sucedido todavía) su lectura ininterrumpida. Los giros de esa conversación dejaron de lado a Capote y pusieron en escena la conveniencia de ciertas compañías. Vuelvo a Capote porque creo que puede decir más de esto que yo.
 “El halcón decapitado” es un cuento inevitable, sórdido, filoso. El narrador construye a través de un ir y venir de tiempos narrativos, una historia confusa y esquiva: la de Vincent y D.J. Toda las imágenes del relato giran alrededor de un cuadro pintado por D.J. que Vincent cuelga en la pared de su casa. El cuadro muestra un halcón decapitado y Vincent le habla al halcón como si se hablara a sí mismo. El narrador dice:
“Ahora quería la pintura, no para la galería, sino para él. Ciertas obras de arte despiertan más interés por sus creadores que por la forma en que han sido creadas; generalmente porque en esa clase de obras se identifica algo que hasta ese instante parecía una percepción íntima e inexpresable, y uno se pregunta: ¿quién es ése que me conoce, y cómo?”
Creo que Truman Capote despeja en esta reflexión uno de las incógnitas acerca de por qué el arte se vuelve una necesidad para el hombre. El arte nos permite mirar la vida con otros ojos, más despiertos, más atentos. También nos da herramientas para modificarla. Pero además (y acá la dirección se invierte) nos devela algo de nosotros mismos, que hasta ese momento no habíamos sido capaces de expresar por no encontrar una lógica viable. El arte se vuelve nuestro lenguaje y nuestra posibilidad de decir lo que de otra forma no hubiéramos podido.
Este cuento actuó hoy para mí, como el cuadro para Vincent. La puesta en abismo como procedimiento, superó las fronteras del texto y se instaló en mi pensamiento. Porque al releerlo, al incomodarme, al hacerme faltar la respiración, me puso en contacto con la cuestión de la presencia de esas personas que se cruzan en la vida de uno para darle sentido o para quitárselo por completo.
¿Hubiera preferido Vincent no cruzarse nunca con D.J.? ¿Podemos plantearnos la eventualidad de qué habría pasado si nunca nos hubiéramos encontrado con alguien que parece persistir a nuestro lado aún contra toda conveniencia? Yo creo que es una cuestión vana. Somos esos cruces. Es imposible que D.J. no esté porque aunque Vincent no la vea, ya forma parte de su mente (como la niña aterradora de “Miriam”).
El hecho de si esas personas que nuestra madre desaconsejaría pertenecen al ámbito de las sombras (como parece indicar el epígrafe bíblico) o al de la luz, es absolutamente improcedente. Esas personas están porque nos definen a nosotros mismos, no alteran quienes somos: nos delimitan, nos devuelven nuestra propia imagen.  http://www.facebook.com/elige.tu.propia.aventura

3 comentarios:

Vicky O dijo...

Bravo amiga, bien sabes que todo ocurre por alguna razon, sea malo o bueno, marca y nos hacen despertar de la somnoliencia de la vida. no se si existe esa palabra pero me entendes.
Me gusta leerteeee, te quiero
Vicky

Nidia dijo...

Me encanta releer la poesía de tus datos personales, también me gusta leerte.besos.

Maestra Ciruela dijo...

No soy una lectora asidua de Capote, apenas leí "A sangra fría", pero por lo que puedo vislumbrar a través de tu comentario, Sredni, es que su estilo siempre es sórdido, filoso y sabe, de maravillas, construir relatos en una forma confusa y esquiva