jueves, 22 de octubre de 2009

Gato encerrado

Qué pasa cuando un hombre quiere tenerlo todo: la novia joven, bonita y fastidiosamente incompleta y la mujer madura, interesante y peligrosamente completa. Termina metido en una habitación muy oscura, temblando de miedo porque la llave quedó del lado de afuera. Claro, el señor construyó su incipiente adultez con ayuda de la dulce niña. Y ahora se aburre porque la chiquita quiere jugar a ser la señorita de San Nicolás. Y a él le gusta escaparse por los tejados y transformarse en el gato de Cheshire.
Aunque no lo crean conozco al gato de Cheshire. Es un gran compañero de conversación y su sonrisa queda en el aire cuando él ya se ha retirado. Me ha logrado enredar en sus confusas palabras y desconfío cuando se ofrece a marcarme el camino.
Releo ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS y no deja de sorprenderme que la vida sea tan mágica a la hora de imitar al arte:
“Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar -dijo el Gato.
-No me importa mucho el sitio... -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes -dijo el Gato.
-... siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia como explicación.
-¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!”
¿Por qué seguimos al huidizo gato en lugar de despertarnos del sueño? ¿Qué encantos nos subyugan del esquivo personaje? ¿Será que se niega a besar el anillo de la Reina, será su locuaz conversación o su capacidad para desaparecer en un instante y aparecer al siguiente cuando ya lamentábamos su partida?
Mi problema es que a diferencia de Alicia a mí me gusta el país de las maravillas. Ojo, he intentado varias veces cortarle la cabeza al gato, porque si me tengo que sincerar, se pasa de vivo. Pero entonces, hace desaparecer su cuerpo y ya saben: ¿cómo cercenar una cabeza sin cuerpo? Encima se da el lujo de borrar todo excepto su sonrisa. Y, qué quieren que les diga, es una sonrisa hipnótica, brillante, alucinatoria.
Lo más irremediable de todo es que el gato tiene dueña: la aburrida Duquesa que se empeña en encontrar la moraleja de todas las cosas. Y el gato se opone a las moralejas porque huye de la lógica, pero le pertenece a ella. Y sí, paradojas. Así en la literatura como en la vida.
Gracias a dios, la vida también tiene sus recovecos fantásticos y es capaz de realizar sus actos de transformación. Porque cuando el gato vuelve a casa y se acuesta con la señorita de San Nicolás, se da cuenta de la oscuridad circundante. Está encerrado, pero la puerta es muy pequeña para salir…