sábado, 5 de mayo de 2012

Mi visita a La Feria

Cuando era chica mi mamá nos llevaba a mi hermano y a mí a La Feria. En La Feria vendían verduras y pescado fresco. Íbamos con un changuito (que ahora se ha vuelto vintage) y lo cargábamos con delicias coloridas. Todo era divertido, incluso el trayecto en el que mi hermano esquivaba perros callejeros. Yo siempre tenía mocos y nunca tenía pañuelos, y mi mamá me sonaba con gigantescas hojas de tilo. Esos dos recuerdos, los perros y las hojas de tilo, van unidos a La Feria con una continuidad inquietante.
La semana pasada fui a La Feria, que ya no es más en mi imaginario, aquella donde mi mamá hacía sus compras semanales con dos chiquitos alborotados, sino el lugar donde los libros se venden como verdura y pescado fresco.
Hay varios postulados que me son útiles cuando voy a La Feria (sobre todo cuando argumento acerca de mi persistencia en el paseo):
- Como soy docente, no pago la entrada y obtengo descuento en mis compras.
- Evito la multitud yendo un día de semana.
- Utilizo el tiempo que tengo disponible como si fuera un caramelo ácido (cuando se acaba, se acaba).
- Llevo una lista de compras y trato de ubicar los libros en las editoriales y no en las librerías.
- Intento aprovechar la charla de algún escritor que me interesa (escuchar a Angélica Gorodischer y llevarme mi Fahrenheit 451 firmado por Bradbury, son algunos de mis trofeos de guerra)
Esto en cuanto a lo práctico. Pero además está el voyeurismo intelectual, eso de mirar los libros, espiarlos, aunque sepamos que no nos alcanzarían cien vidas para leer todo lo que quisiéramos. Y también espiar qué libros llevan los demás. Y sentirse espiada. Todo esto me pone de excelente buen humor. Me divierte. Que es la única razón definitiva por la que sigo yendo a La Feria: me divierte.
Este año me traje:
- Escribir de Marguerite Duras (Tusquets). Porque para escribir hay que escuchar a quien ESCRIBE. Recomiendo el stand de Tusquets y su colección de literatura erótica "La sonrisa vertical"
- en el stand de Siglo XXI hay una mesa con ejemplares que tienen tapas defectuosas (el contenido está impecable). Se consiguen libros muy valiosos y muy caros a 20, 30 y 40 pesos. Reemplacé mis fotocopias de El imperio de los sentimientos de Beatriz Sarlo y El grado cero de la escritura de Roland Barthes por dos libros como Dios manda.
- el sector de Alianza y Cátedra lo atiende el Diablo: nos dice "compren las mejores traducciones, los libros que no se consiguen, compren importado cuando todavía pueden". El precio de los libros nos quema en el acto pero yo me arriesgué y me traje Relatos de Thomas Bernhard y Nueve Cuentos de Salinger.
Como ven, no necesité changuito. Na había perros que esquivar (aunque sí esquivé a la Mujer Maravilla y a Batman) y ahora llevo pañuelitos descartables. Pero me traje delicias a las que no pienso renunciar.