lunes, 24 de agosto de 2009

Lolitas y Lolitos

Mi profesión docente me ha llevado a tomar contacto con una situación más que interesante: el amor fuera de edad. Claro que nunca lo comprendí tanto como el día en que llegó a mis manos LOLITA. No sólo me sedujo su prosa impecable sino que su erotismo, más o menos sublimado, me despertó los ratones más imperdonables. Y sí, Herr Humbert era un depravado, pero… ¿y Lolita? ¿Qué demonio poseía a la nínfula de tan sólo doce años? Ninguno, señores, o el peor, su certeza de ser mujer. Lolita tenía esa edad en que las niñas descubren que son mujeres. Pero a diferencia de sus coetáneas ella no renegaba de eso sino que lo explotaba. Claro, volviendo loco al incontenible Humbert. Recuerdo a un alumno de 13 años que me observaba desde su asiento olvidado. Estaba enamorado de mí de una forma pura y absoluta. Él se creía capaz de conquistarme. Realizó varias maniobras al respecto. Yo sentía ternura por la situación y corregía con preferencia sus trabajos. ¿Qué despertaría a su amor? En un primer momento podríamos afirmar que me ponía en un lugar materno, de contención y referencia. Pero, ¿y qué si él pensaba que era digno de mí, que yo en verdad me podía fijar en él, que él podía hacerme feliz? ¿No estaba ya despierta su conciencia de hombre? Después de todo la suya era una seducción tan válida (o más) que cualquier otra: trataba de estar a la altura de las circunstancias. Y eso en aquel contexto significaba ser un buen alumno y de paso tratar de deslumbrarme con lo que él creía que me subyugaría: sus relatos. ¿Ven? Un hombre hecho y derecho. Los desfachatados dados (o dedos) del azar me llevaron años después a enfrentar en una situación de clase a un muchachito mucho mayor (pero algo menor que yo). Es notable cómo se comportó de la misma forma que aquél incipiente de la última fila. Remarcó su lugar de inferioridad frente a la profesora, se ocupó de levantarla en un pedestal y por supuesto la invadió de relatos (otro y van…). El único movimiento de contraste con el púber fue el de aniñarse. Y aquí está la clave: los roles son ratoneros (la profe y el alumno...) pero a eso había que agregarle el usted señora profesora, usted señora casada profesora, usted señora casada madre profesora, usted señora con perro casa auto madre casada profesora. Y también había que agregarle el vos alumno, vos nene alumno, vos nene desaliñado alumno, vos nene desaliñado tímido alumno. En definitiva había que extender la brecha de edad (que sólo contaba con algunos años) para que la seducción se disparara. Perdonemos entonces a Lolita y a Humbert. Perdonémoslos porque ellos nos enseñan: claro, si nos atrevemos a sacarnos las caretas, nos daremos cuenta de que la seducción más poderosa está dada por lo prohibido, por el tabú. ¿Una niña y un cuarentón? ¿Una profesora y su adolescente alumno? No lo duden, señoras: el chupetín y las trenzas las llevarán lejos, pero para ir más allá prueben los anteojos y la libreta de notas. Me lo van a agradecer. Y a Nabokov.

jueves, 13 de agosto de 2009

Vidas borrascosas, cumbres peligrosas

Como pronto se darán cuenta no pretendo hacer una cronología de mi historial lector. Ni tampoco escribir mi biografía. Por lo tanto no ubicaré estas historias en una línea de tiempo. Random. Que se disfrute lo que se pueda y el resto que se olvide (con piedad). Yo no lloro con los libros. Me verán lagrimear de forma exasperante ante una película e incluso ante mis propias desgracias. Pero soy dura cuando de libros se trata. De ahí, a que no me conmuevan, hay un abismo. Pero esta es la excepción. Aún hoy después de releer por centésima vez (y como diría Borges, aquí esa cifra puede considerarse como infinita) el fragmento de CUMBRES BORRASCOSAS donde Cathy le revela a Nelly la esencia de su amor por Heathcliff, no puedo evitar las lágrimas.
“Mi cariño por Linton es como el follaje en el bosque. El tiempo lo transformará, lo sé, como transforma el invierno los árboles. Mi amor por Heathcliff se asemeja a las rocas inmutables que están debajo: manantial de escasa alegría, aparentemente, pero necesario. ¡Nelly, yo soy Heathcliff!”
¿Cursilería? ¡No! El libro me marcó, pero ese pasaje me traspasó. Será por eso que logré con mi vida todo lo contrario: ¿borrascas, cumbres, peligros? Para nada: eso pintaba pero… aburrimiento fatal.
Eso me lleva a la reflexión acerca de qué hacemos con nuestras historias amorosas, ¿por qué si nos enamoramos de Heathcliff, nos casamos con Linton? O tal vez la pregunta debería tener una vuelta de tuerca, ¿por qué convertimos al salvaje Heathcliff, en el manso Linton? ¿Estupidez, prudencia o mandato social? Claro, el Príncipe Azul no se parece mucho a Heathcliff, y aunque estoy de acuerdo con un buen baño diario para el muchacho en cuestión, eso del tibio beso en los labios de la princesa dormida no me cierra ni con anteojos 3D.
Hoy que las revistas “femeninas” se encargan de configurar retratos de los hombres deseables y de aquellos que deberíamos descartar, te recomiendo, mujer, que con unos días más de dedicación bucees en CUMBRES en las profundidades del HOMBRE: padre cariñoso, hermano alcohólico, amante salvaje, esposo abnegado, siervo ladino, diamante en bruto, todo lo que la vida es capaz de ofrecerte en materia masculina está allí. Y lo mejor de todo: la protagonista de la historia es una mujer. En contraste con ella se definen sus complementos. A mí me dio palabras para hablar de amor, me confrontó con el hecho de que lo que amamos en el otro es el reflejo de nosotros mismos (¡Yo soy Heathcliff!).
Entonces estemos atentas, para que el reflejo de Heathcliff en el espejo no se transforme en la insulsa imagen de Linton. Eso sólo hablará pestes de nosotras mismas.